domingo, 29 de mayo de 2011

Igor Barreto, poeta documental

Invitado especial al Taller



Los libros de Igor Barreto, en su mayoría, llevan tras sus palabras precisas y punzantes, una profunda investigación. Él dice no saberse hasta ahora “poeta documental”. Pero lo es. Y el rótulo es un simple rótulo que poco importa. Valen sus horas de revisión de documentos de distinto tipo.
El pasado martes 17 de mayo nos hizo el honor de acompañarnos en nuestro taller de la Biblioteca de Los Palos Grandes y, haciendo uso de Google Earth y videos de YouTube explicó el proceso investigativo a través del cual llegó a su más reciente e inédito libro que gira en torno al monte Annapurna, mazico del Nepal, en la Cordillera del Himalaya, la décima cumbre más elevada del planeta.
La poesía documental está, sin que se revele demasiado, en libros de muchos poetas venezolanos. No hay inocencia en la escritura. Es mucho lo que se lee, se investiga, se pregunta, antes de llegar a algunos poemas.




Fotos: Cortesía de Gabriel Medina

El Arbol de Mango
Igor Barreto

Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.

San Juan De la Cruz

El árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad.

Del libro: Tierranegra,
Premio Concurso de Literatura Mención Poesía 1993,
en Homenaje a Efraín Hurtado.

Origen del poema
Eso me lo contó Majín, y a mí me sorprendió mucho. El comenzó a hablar de los árboles como seres humanos, y como uno siempre tiende a separar la vida de los vegetales de la vida de los hombres, es una diferenciación muy común, pero profundamente; es una diferenciación un poco absurda. No porque los árboles aparentemente no se muevan, no tienen vida, o sea, he oído por ahí que las flores gritan cuando las arrancan. Lo cierto es que en una oportunidad él empezó a hablarme de la manera como se comportan los árboles, de las costumbres de los árboles. Me comenzó a hablar de árboles que yo siempre consideré que eran árboles de patio, árboles que convivían con uno, árboles resignados a un espacio humano. El me llevaba la contraria y decía que los árboles tenían sus propias costumbres y viajaban como viajan los hombres, viajaban solitarios porque los árboles viajan solos, nunca viajan acompañados, por lo menos estos árboles de los que hablaba Majín.
Me habló de las costumbres del mango, me dijo que el mango no necesitaba del calor humano, o sea, que este árbol despreciaba el calor humano, un árbol que nosotros siempre lo asociamos a algo tan entrañable, a la convivencia humana. De pronto decía Majín: "¿Usted quiere saber cómo usted va por ahí por esos montes y entra en una selva intricada y en el centro de ella hay un árbol de mango?, ¿cómo llegó ese árbol de mango ahí?", y yo decía: "¿cómo se mueven los árboles en esas extensiones, caminarán de noche, se irán a escondidas cuando nosotros dormimos?". Yo no sé; pero algo de eso ocurre y eso hace que ese árbol viva de manera tan solitaria y emigre, llega un momento en que el mango se cansa de la presencia humana y decide abandonarlo a uno. Hay un momento en que ese mango se cansó de la presencia de uno, se puso bravo o triste, quién sabe, y decidió irse.
Eso pasa en el limonero también, el árbol de limón es un árbol que siempre está asociado a los patios, al Limonero del Señor, del poema de Andrés Eloy Blanco, con aquella presencia tan caritativa salvando a Caracas de la peste, y resulta que el limonero a veces no es tan caritativo, llega un momento en que se molesta con uno y se va a vivir a otro lugar.
Leyendo a San Juan de la Cruz, hay una imagen que San Juan utiliza para hablar del místico, una imagen del pájaro solitario, un pájaro que cuando se posa al borde de un tejado siempre aparece en ese momento cuando ya la noche va a llegar y el sol ya se puso, o sea, ya desapareció en el horizonte y los últimos pájaros van a buscar abrigo. Esos son los pájaros solitarios que no buscan abrigo, lo que buscan es alejarse de los otros pájaros para que no los fastidien, así como estos árboles. Cuando un pájaro se posa al borde de un tejado y viene otro pájaro que no es solitario y se le para al lado, éste inmediatamente vuela y lo deja solo. Así decía San Juan que era el místico, un hombre que amaba estar solo, que esculpía la soledad, el tiempo de su soledad. Así, estos árboles. Así asocié el cuento de Majín con el disgusto de los árboles, cansados de compartir tanto tiempo con los hombres y que decidían experimentar y vivir la soledad.
Majín es un campesino que vive, debe vivir todavía, quién sabe, en el hato de La Trinidad del Arauca. Nunca supe su apellido; Majín es algo así como un mago, un hombre de una gran memoria, con muchas historias. Todo el mundo en ese hato, los demás llaneros y la gente que llegaba por ahí, cuando querían recordar algo, recurrían a Majín. Era la memoria de ese territorio. Yo lo visitaba muchas veces; él dormía sobre un cuero de ganado, como dormían antes los llaneros. Al cuero del ganado le decían billete, porque valía más que la carne. Muchas veces a las reses las despresaban y dejaban la carne tirada y se llevaban solamente el cuero, porque era el cuero lo que valía, era el billete.

Tomado del blog del poeta:
http://www.igorbarreto.blogspot.com/

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